viernes, 26 de septiembre de 2014








trae la noche


Un escritor se para y explica la calle. Nada es más importante que la historia de Adelaida… bueno, quizás el lenguaje, porque Bruno Soreno ha logrado incluir en su estructura de aniquilación algunas frases en inglés, aquí y allá, cosa tan mal vista por un sector de la crítica, como si el inglés y nosotros fuésemos enemigos, como si estuviese bien que Cortázar entre el francés y el español hiciera eso que hizo: ese doble movimiento, sobre todo cuando leía sus textos. Quiero decir que cuando el escritor dice “But sorry, I digress. El asunto es que Adelaida nunca encontró su espejo”, consigue que el inglés funcione no por lo que dice sino por el timing, algo que los jazzistas de Cortázar y los humoristas de Macedonio conocen muy bien.
            Bruno Soreno, ¿humorista? ¡Seguro que sí! Con amargura no se consigue el deseo, y Soreno es uno que lo persigue. Eso se deja ver claro cuando se leen sus libros no como un todo pero en un contineum, un flujo, un tao:

Llámeseme la noche. Es que, coño, la noche antillana tiene dientes, digo yo, y pica y se extiende. La noche de la calle, la noche acechante que se esconde metiéndose en las rendijas que hay entre adoquín y adoquín como una trampa, Venus Flytrap, la noche arbitraria, esa que a algunos ama y a otros destroza, esa noche-trópica-furtiva-de-la-ciudad no tiene madre.


Adelaida recupera su peluche es un e-mail largo, escrito entre las tantas de la noche y la atmósfera gaseosa de los amaneceres en Santurce, un desayuno de pollo frito con mayonesa y café con leche quemado. Muchas veces pensé que regresar a San Juan era encontrar un Santo Domingo perdido en los ochentas. Noche peligrosa que devora cientos de Adelaidas por día, en ambas islas, en Juárez o Siria… el sol compartido entre el Caribe y el desierto. “¿Lo ves? I told you so, te decía Adelaida. Que no confiaras. Esto es tu culpa, tu propia culpa. Te lo mereces por puta”. Leo esto y pienso en las marchas feministas y los carteles que dicen Only because I am dress like a whore doesn’t mean I am one. Soreno deja claro que en secreto nos gana la moralidad y encontramos justificaciones que aplicamos a estas pequeñas tragedias: se lo buscó, quién la manda a estar en la calle a esa hora, algo estaba haciendo ella, le gustaba la esquina, la mamá le pronosticó que iba a morir con los zapatos puestos. ¿Porqué está Adelaida tirada a la calle? ¿Se escapó ella? ¿La echamos nosotros? ¿La abandonamos? ¿La dejamos fuera?

Bruno Soreno es un escritor que puede ser rastreado en su propia ficción. Recién he escrito sobre Todos los nombres el nombre resaltando los puntos de contacto de esta escritura con las cosas aparecidas sobre él mismo en los primeros cuentos de la mitología Cabiya. El hombre y el personaje, algo muy peligroso de hilvanar porque vivir así es estar a un disparate de distancia entre la ruina y la perfección.
En Adelaida los guiños que el autor se hace a sí mismo apuntan a Todos los nombres. Una suerte de desestructura que encuentra su camino en reescrituras a lo Hitchcock: hay un suspenso y hay un crimen: un suspenso en la escritura, el crimen es la escritura misma, “Arrancó la cortina de baño, puso tu cuello entre sus manos y apretó. Regresó, a cobrar cuentas, se te ocurre, la pesadilla”. Hay que tener cuidado con lo que se busca, lo que se desea… Borges dijo alguna vez que buscó su ciudad en los barrios, en una escritura que no escatimaba en símbolos de color local, pero que la vino a encontrar años después en el furor de la pesadilla que es La muerte y la brújula. De este lado del furioso Caribe, Juan Carlos Quiñones busca una Adelaida que se pierde en una geografía de nombres y las esquinas de la noche; da con la sangre, el amor, The Wall y los barrotes de sal.
                                               

rey andújar
Chicago-La granja salvaje

Octubre 2014

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