trae la noche
Un escritor se para y explica la calle. Nada es más importante que la historia de Adelaida… bueno, quizás el lenguaje, porque Bruno Soreno ha logrado incluir en su estructura de aniquilación algunas frases en inglés, aquí y allá, cosa tan mal vista por un sector de la crítica, como si el
inglés y nosotros fuésemos enemigos, como si estuviese bien que Cortázar entre
el francés y el español hiciera eso que hizo: ese doble movimiento, sobre todo
cuando leía sus textos. Quiero decir que cuando el escritor dice “But sorry, I digress. El asunto es que
Adelaida nunca encontró su espejo”, consigue que el inglés funcione no por lo
que dice sino por el timing, algo que
los jazzistas de Cortázar y los humoristas de Macedonio conocen muy bien.
Bruno
Soreno, ¿humorista? ¡Seguro que sí! Con amargura no se consigue el deseo, y
Soreno es uno que lo persigue. Eso se deja ver claro cuando se leen sus libros
no como un todo pero en un contineum,
un flujo, un tao:
Llámeseme la
noche. Es que, coño, la noche antillana tiene dientes, digo yo, y pica y se
extiende. La noche de la calle, la noche acechante que se esconde metiéndose en
las rendijas que hay entre adoquín y adoquín como una trampa, Venus Flytrap, la noche arbitraria, esa
que a algunos ama y a otros destroza, esa noche-trópica-furtiva-de-la-ciudad no
tiene madre.
Adelaida recupera su
peluche es un e-mail largo, escrito entre las tantas de la
noche y la atmósfera gaseosa de los amaneceres en Santurce, un desayuno de
pollo frito con mayonesa y café con leche quemado. Muchas veces pensé que
regresar a San Juan era encontrar un Santo Domingo perdido en los ochentas. Noche
peligrosa que devora cientos de Adelaidas por día, en ambas islas, en Juárez o
Siria… el sol compartido entre el Caribe y el desierto. “¿Lo ves? I told you so, te decía Adelaida. Que no
confiaras. Esto es tu culpa, tu propia culpa. Te lo mereces por puta”. Leo esto
y pienso en las marchas feministas y los carteles que dicen Only because I am dress like a whore doesn’t
mean I am one. Soreno deja claro que en secreto nos gana la moralidad y
encontramos justificaciones que aplicamos a estas pequeñas tragedias: se lo
buscó, quién la manda a estar en la calle a esa hora, algo estaba haciendo
ella, le gustaba la esquina, la mamá le pronosticó que iba a morir con los
zapatos puestos. ¿Porqué está Adelaida tirada a la calle? ¿Se escapó ella? ¿La
echamos nosotros? ¿La abandonamos? ¿La dejamos fuera?
Bruno Soreno es un escritor que puede ser rastreado
en su propia ficción. Recién he escrito sobre Todos los nombres el nombre resaltando los puntos de contacto de
esta escritura con las cosas aparecidas sobre él mismo en los primeros cuentos
de la mitología Cabiya. El hombre y el personaje, algo muy peligroso de
hilvanar porque vivir así es estar a un disparate de distancia entre la ruina y
la perfección.
En Adelaida
los guiños que el autor se hace a sí mismo apuntan a Todos los nombres. Una suerte de desestructura que encuentra su
camino en reescrituras a lo Hitchcock: hay un suspenso y hay un crimen: un suspenso
en la escritura, el crimen es la escritura misma, “Arrancó la cortina de baño,
puso tu cuello entre sus manos y apretó. Regresó, a cobrar cuentas, se te
ocurre, la pesadilla”. Hay que tener cuidado con lo que se busca, lo que se
desea… Borges dijo alguna vez que buscó
su ciudad en los barrios, en una escritura que no escatimaba en símbolos de
color local, pero que la vino a encontrar
años después en el furor de la pesadilla que es La muerte y la brújula. De este lado del furioso Caribe, Juan
Carlos Quiñones busca una Adelaida
que se pierde en una geografía de nombres y las esquinas de la noche; da con la
sangre, el amor, The Wall y los
barrotes de sal.
rey andújar
Chicago-La granja salvaje
Octubre 2014